Las cosas de Yawin

El blog que resucita de sus cenizas cual ave fénix

Contingentes: Parte 7 – Un allanamiento escandaloso

By yawin on 14 de noviembre de 2023

El texto ofrecido en este post es un extracto de una novelette que estoy escribiendo. Eso significa que le faltan muchas correcciones que no podré llevar a cabo hasta terminar de escribirla entera. Ten esto en cuenta cuando vayas a comentar.

Recibió la llamada de Kin mientras salía de casa.

—¡Eh! ¿Tanto te avergonzaste ayer que ya no me activas la cámara?

Sonia puso los ojos en blanco y respondió:

—No eres tan especial. Resulta que, cuando me tengo que concentrar para llevar a cabo un allanamiento, ver tu careto no me ayuda en nada.

La risa de Kin saturó su micrófono.

—Menudas excusas que te gastas, guapa. ¿Estás ya por la zona?

—Acabo de salir de casa. Para las ocho estaré allí, no te preocupes.

Siguieron hablando todo el camino, listando cada uno de los puntos problemáticos del plan y tratando de diluir esa intranquilidad con la que compartía cuerpo desde la noche anterior. Se apostó en una esquina desde la que divisaba el portal de Avison. Tras unos momentos de duda, tomó aire y con su tono más serio empezó a hablar.

—Oye, Kin, por cierto. Tengo que comentarte una cosa —. Antes de que le respondiera añadió—: no me salgas ahora con una gracieta, es algo serio.

—Dime.

—Si me pasara algo…

—¡Qué te va a pasar! ¡Si es un allanamiento de nada!

—No me interrumpas —. Hizo una pausa—: Si me pasara algo, tienes que hacerme un favor. En mi casa, en la mesita de entrada, hay una cajita de terciopelo negro. Cuando la abras sabrás qué hacer. Prométeme que lo harás.

—Bueno, a ver, no sé qué tendré que hacer.

—Ir a por esa cajita.

—¿Sólo eso?

—Sí, cuando la abras lo entenderás.

—Bueno, yo te prometo que intentaré cumplir con tus expectativas.

—Necesito que me prometas que lo harás.

—Sonia, amiga. Nos conocemos lo suficiente. Sabes que yo por ti haría prácticamente lo que fuera. Pero prometer lo desconocido no está entre ello. Si me estás pidiendo que haga algo, doy por supuesto que es algo que podré hacer. Pero no puedo comprometerme a hacer algo que no sé qué es. Te prometo que cumpliré con lo que me pides en la medida en la que sea capaz.

Durante un minuto Sonia no dijo nada. Luego respondió:

—Lo que tú digas.

Como esperaban, Linda Avison salió del portal de su casa a las ocho en punto. Aunque algo en su actitud hizo sospechar a Sonia.

—¿Le estás viendo?

—Sí —le respondió Kin—: ¿Qué se supone que está haciendo?

—Por cómo mira en todas las direcciones, yo diría que o espera a alguien o quiere saber si alguien le vigila. Por cómo lo está haciendo, me gustaría que fuera la primera opción; pero va a ser que es la segunda. ¿Durante tu investigación viste si otros días lo hacía?

—Dame un plis que mire las grabaciones de ayer —. Tras unos momentos de golpes de teclado y ruidos de trabajo volvió a hablar—: Vale, por lo que veo, ayer por la mañana salió muy normalita. Pero… a ver… sí, eso es. Ayer por la noche, al volver, se la ve más nerviosa. Mirando a todos lados. Como si pensara que la siguen.

—¿Puede que mi paseíto de ayer por el puerto tenga algo que ver?

—No sé, chica. Por lo que me comentaste, no fuiste haciendo preguntas relevantes. Yo creo que antes pensarían que eres una periodista que buscaba alguna escabrosa historia relacionada con el carguero que explotó.

Sonia dudó.

—Sí… no sé. Puede. En cualquier caso, da igual. Parece que se larga en ese taxi.

—Mmmmm, sí, aquí está —. Al darse cuenta de que no había explicado qué estaba haciendo, añadió—: Me he colado en la app de taxis y he encontrado su petición. Ha pedido taxi para ir a las oficinas de Ren-Sha. Van a ser unos diez minutos de trayecto. Veinte si hay atasco.

Sonia asintió.

—Voy para allá.

Se acercó al portal y sacó su juego de ganzúas. Como Kin le había asegurado el día anterior, ni esa cerradura, ni la de la vivienda se resistieron. De hecho, la puerta de acceso a la vivienda le pareció especialmente fácil de abrir.

—Oye, aquí algo me huele raro —le dijo a su compañere—. Esta ha sido demasiado fácil. Casi un chiste.

—Bueno, chica, ya me avisaste de que esto se te daba bien.

Sonia inspeccionó la puerta por todas sus partes. Tanto por el exterior de la vivienda como por el interior.

—Créeme, hasta el diario de mi hermana se resistía más que esta puerta. Aunque, no veo nada raro.

—Pásame imágenes de la puerta y registra la casa mientras la estudio.

En pocos segundos grabó la puerta desde todos los ángulos posibles, así como la cerradura y visagras y se las mandó.

Era una vivienda pequeña. Similar a la de Sonia: una sala de estar que hacía las veces de vestíbulo, en la esquina de esta una cocina abierta, una habitación y un aseo que disponía de taza, lavabo y la tan odiada ducha de niebla.

Tras comprobar que la casa estuviera vacía, y tras verificar que ni en el aseo ni en la habitación había nada relevante, se volcó en inspeccionar la sala de estar.

Por el aspecto general, Avison parecía una mujer sencilla. No tenía ningún objeto decorativo a la vista, mantenía un orden superficial y funcional y parecía que su principal fuente de ocio era la televisión.

—Kin, ¿entre tus habilidades se encuentra alguna que me deje ver las interfaces privadas de esta casa?

—La verdad es que llevo un ratillo mirando eso. Por el momento puedo dejarte poner su lavadora. Pero si tiene algún documento por ahí, tendrás que darme algo más de tiempo. Mientras, no te olvides de colocar nuestro regalito.

Sonia asintió con un sonido de garganta.

—El único sitio que veo viable es el enchufe de la televisión. Es un enchufe que no se suele tocar mucho y está detrás del aparato, así que seguro que lleva años sin echarle un vistazo. Pero no sé si te irá bien que esté ahí.

—Me va perfecto. Oye… estoy mirando las imágenes de la puerta y, creo que deberías darte prisa. Creo que en esa puerta hay algo con un filtro de percepción.

Sonia estaba ya colocando la televisión en su sitio.

—¿Un qué?

—Se llama filtro de percepción. Es un sistema de baja seguridad que se aprovecha de que todos tenemos un dispositivo cortical. ¿Sabes que puedes hacer que sólo tú veas una interfaz? Pues también puedes hacer que todo el mundo vea una interfaz menos tú. Y si esa interfaz está justo encima de una caja fuerte, nadie podría ver la caja fuerte menos tú.

—Entiendo. Pero tendría que haber notado algo al pasar la mano.

—En realidad es más complicado que eso. Lo he simplificado para no liarme en detalles. El caso es que puedes hacer que algo escape a tu atención e, incluso, que las cámaras se olviden de grabarlo.

—Y dices que hay algo así en la puerta.

—Digo que creo que hay algo así en la puerta. Así que si ya has colocado el regalito, deberías irte.

Tras asegurarse de que dejaba todo como estaba se dirigió a la salida. Estaba abriendo la puerta cuando Kin le empezó a hablar con voz agitada:

—Tenemos un problema gordo.

—No me asustes, ¿qué pasa?

—Acaba de parar una furgoneta delante del edificio y están bajando unos señores con unas armas bastante gordas. Mucha casualidad sería que esto no fuera por ti.

—Vale, respira. Eso pienso yo. Ahora, con calma, dime: ¿cuántos son? ¿cómo van vestidos?

—Son cinco. Llevan monos de trabajo. Yo diría que son trabajadores del puerto.

Corrió a la ventana y con cierto malestar descubrió que la constructora había considerado que las escaleras de emergencia eran un lujo innecesario. Y saltar desde esa altura no era una opción.

—Dime que si subo a la azotea tendré una salida.

—Me temo que no. Pero tengo un plan. Encuentra la manera de evitar que entren en la casa y deja la ventana abierta. Y, por lo que más quieras, aguanta todo lo que puedas, que nunca he probado esto.

Arrastró un armario hasta la puerta, atrancándola y se parapetó detrás del sofá, justo delante de la ventana.

—Qué estás tramando. Este no es momento hacer cosas raras.

Kin no respondía, aunque se podían oír apresurados ruidos de trabajo.

La puerta emitió un fuerte golpe. Como si alguien hubiera intentado derribarla de una patada. Tras eso, se oyó un fuerte grito acompañado de una palabrota.

—¡Ha bloqueado la puerta! ¡Dadme la radial!

El atronador sonido de una herramienta, posiblemente algún tipo de sierra, ahogó cualquier otro sonido que pudiera llegar del otro lado. Poco a poco, pudo ver cómo un corte iba apareciendo en la puerta, diviendola en dos mitades.

Sonia sacó su Bolton y se apoyó sobre el sofá. Buscando tener un buen tiro sin sacrificar la cobertura que le daba el mueble. Cuando los hombres terminaron de cortar la puerta, la parte superior de la misma cayó hacia dentro de la habitación; dejando a la vista el pasillo y varias cabezas protegidas por sólidos cascos de trabajo.

—¡Ni se os ocurra moveros! —Les gritó tratando de parecer confiada y peligrosa—. No tenéis nada que hacer contra mí.

Uno de los hombres levantó un rifle de cañón corto y le disparó dando al sofá e inundando la habitación de restos de la espuma del mismo. Sonia le disparó en respuesta, acertando en el cuello. El hombre se llevó las manos a la herida profiriendo alaridos de dolor.

—¡Mi arma dispara agujas con rígida! ¡Y tengo buena puntería!

—¡Vale! —Le gritó Kin a través del dispositivo cortical—. La ayuda ya está llegando. No va a poder entrar por la ventana, así que en cuanto lo veas salta y agarrate.

—¿Agarrarme a qué?

—Al dron.

Sonia no tuvo tiempo de nada más. Una granada entró por el agujero de la puerta mientras por delante de la ventana pasaba un dron de apariencia muy estrafalaria. «Si ese no es el dron de Kin, tendrá que valer». Sin casi tomar impulso, saltó por la ventana y con la mano que tenía libre se agarró al dron. Ni siquiera quiso mirar el estado en el que quedaba la vivienda tras el estallido que sintió mientras saltaba.

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Contingentes: Parte 6 – Preparativos para un allanamiento

By yawin on 15 de abril de 2022

El texto ofrecido en este post es un extracto de una novelette que estoy escribiendo. Eso significa que le faltan muchas correcciones que no podré llevar a cabo hasta terminar de escribirla entera. Ten esto en cuenta cuando vayas a comentar.

—En los documentos que me pasaste, y que supongo que te pasó tu cliente, venía el horario de trabajo. Bueno, más bien el horario de trabajo habitual. Me he metido en el sistema de Ren-Sha, lo que ha sido ridículamente fácil, y he visto que de vez en cuando mete mano a su horario.

—¿Cómo que mete mano a su horario?

—Generalmente se modifica el horario del día en el que está. A veces se añade más horas de trabajo, alargando la hora de salida. Otras veces se lo acorta. Como son modificaciones manuales, no sale en la consulta general de horarios y en el recuento de horas trabajadas parece que salen las sumas. Pero huele raro.

—Quiero pensar que está relacionado con su… otro trabajo; ya sabes. Puede que haya días que tenga que garantizar que está presente en la recepción de un cargamento o algo del estilo y se modifique el horario para tener acceso al carguero. Y luego se quita horas de otro día para que no llame la atención en el recuento.

—Supongo que es lo que más sentido tiene. En cualquier caso, parece que de lunes a viernes trabaja todas las mañanas. Las modificaciones suelen afectar a las tardes y las noches.

—Mañana es miércoles, así que podemos comprobar tu teoría del trabajo por las mañanas.

—¿Cómo que mi teoría? —protestó Kin fingiendo indignación.

—A callar. ¿Tienes acceso al circuito cerrado de su casa?

—No parece tener circuito cerrado. Pero delante de su portal hay un banco y la cámara de uno de los cajeros da una preciosa vista de la puerta.

—Vale, pues quiero que revises las grabaciones de ayer y hoy para ver si es cierto que sale a la hora que dices y mañana estate pendiente a ver si también sale. Yo estaré por la zona. Si me confirmas que sale de casa como siempre, me colaré.

—Me pongo a ello.

—Una vez salga de su edificio, asegurate de que puedes seguirle los pasos. Al menos con la suficiente precisión como para poder avisarme si vuelve antes de tiempo.

Nada más colgar decidió que necesitaba una ducha. En su anterior vida, en Europa, acostumbraba a usar el tiempo de ducha para relajarse y pensar en los siguientes pasos a seguir. Aquí, en Venus, no conseguía que la costumbre cuajara, las duchas eran terribles.

Aunque todos los asentamientos disponían de sistemas que filtraban el vapor de agua de las capas más altas de la atmósfera, los grandes enclaves como TeraGen seguían necesitando importar agua para satisfacer su demanda.

Por eso, los sistemas de higiene más populares eran las llamadas duchas de niebla; unos aparatos que cubrían a la persona de una ligera niebla que proporcionaba suficiente humedad como para poder limpiarse pero que, a su vez, ahorraba la mayor cantidad de agua posible. Y Sonia lo odiaba. Así que cuando salió de la ducha seguía con el mismo ánimo que cuando entró.

Como no tenía ganas de ponerse a hacer nada, encendió la consola y se tiró en el sofá. No era que los videojuegos de carreras la calmaran; pero la concentración que requerían hacía que, poco a poco, fuera dejando de darle vueltas a todo lo que se le pasaba por la cabeza.

Por lo que, para cuando llevaba a penas unas horas de juego, había conseguido mejorar su humor y relajarse. Tanto, que cuando descolgó la videollamada de Kin no recordó que de la ducha había ido directa al sofá y no llevaba puesta ni la toalla.

—Pero, ¡Sonia! ¡Menudas confianzas!

—Tampoco es que hayas visto algo que no acostumbres a ver por la red —respondió mientras se tapaba con una manta que tenía tirada por el sofá.

—Oye, que si querías enseñarme algo no tenías que fingir un descuido, ¿eh? —se burló Kin—. En fin, que ya he echado ese vistazo a las grabaciones y, como hemos supuesto, Avison sale a trabajar pronto.

—¿Cómo de pronto?

—Por lo que he podido ver, hacia las ocho de la mañana.

—¿Y qué tal te ha ido con la seguridad de la zona?¿Podrás seguirle los pasos?

—Sí, tranqui. Está todo preparado. Y por lo que he visto, con un juego de ganzúas básico te servirá. Parece que en ese barrio poner una alarma en tu casa es como poner un cartel de neón indicando que tienes algo para robar.

—Muy bien, en ese caso mañana estate conectade para las siete y media. A ver qué encontramos.

Esa noche durmió un poco intranquila. A lo largo de su vida había allanado cientos de casas pero, por alguna razón, había algo que la tenía intranquila. Como si de un mal presagio se tratara. Por eso, cuando el despertador sonó a las seis no necesitó los habituales diez minutos de remoloneo.

Mientras desayunaba, abrió el paquete que días antes había recibido. En circunstancias normales habría preferido no tener que recurrir a él, pero no podía quitarse la intranquilidad de sus pensamientos.

Del paquete extrajo los dos únicos bultos que contenía. Una pequeña caja forrada de terciopelo negro que dejó sobre la mesita de la entrada y su pistola Bolton-Khodar.

Algunas compañías de su pasado se habían reído de que aún siguiera usando esa antigualla. Su gran tamaño, a camino entre una pistola y una escopeta recortada, hacía que en manos inexpertas fuera lenta e incómoda de manejar; y solían señalar como una debilidad que no fuera un arma de energía.

Sin embargo, en todos estos años, le había demostrado todo lo contrario. Era un arma muy fiable. Sentirla tan sólida de daba seguridad y si se le terminaba la munición, no tenía que enchufarla y esperar a que se recargara.

Además, las agujas que disparaba este arma tenían la capacidad de inutilizar músculos sin dañar en exceso. Lo que la convertía en el arma perfecta para alguien que no creía que matar debiera ser la primera opción.

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Contingentes: Parte 5 – Valeria García, la capataz

By yawin on 15 de febrero de 2022

El texto ofrecido en este post es un extracto de una novelette que estoy escribiendo. Eso significa que le faltan muchas correcciones que no podré llevar a cabo hasta terminar de escribirla entera. Ten esto en cuenta cuando vayas a comentar.

La capataz en cuestión no tardó mucho en bajar. Era una mujer madura, de piel seca y profundas cicatrices fruto de trabajar en el puerto cargando y descargando, enfundada en un aparentemente cómodo mono de trabajo.

Al verla, Sonia se levantó y le tendió la mano:

—Muy buenos días. Soy Teresa Velázquez —mintió—, supongo que le habrán informado de la auditoría de calidad.

—Valeria García. Es la primera noticia que tengo —le respondió mientras le estrechaba la mano—. Y le garantizo que hoy no es un buen día, aún estamos evaluando el alcance de las pérdidas.

—No le voy a robar mucho tiempo. En realidad son sólo unas pocas preguntas. Bueno, claro, y si no es mucha molestia me gustaría el listado de trabajadores que suelen asignar a nuestras naves.

Valeria torció el morro.

—Cada trimestre enviamos la relación de trabajadores planificada para el trimestre entrante y las variaciones realizadas en la planificación del trimestre saliente. ¿Por qué no le pide esas listas a su equipo de recursos humanos?

—Como ya le he explicado, esta es una auditoría de calidad. Y uno de los aspectos que más nos preocupa es la paridad de la información —. Ante el gesto de extrañeza de la capataz añadió —: Nos interesa garantizar que tanto ustedes como la empresa manejan los mismos datos.

La capataz miró a través de la pared de cristal que separaba la sala del vestíbulo.

—En cualquier caso, mire la que tenemos liada. No es una información que pueda darle hoy. Ni tal vez en lo que queda de semana.

—Sí, me hago cargo. No es urgente. En la tarjeta tiene el identificador cortical al que puede enviar la lista cuando la tenga. —Fingió anotar algo en un documento virtual—. Por lo demás, tengo algunas preguntas relacionadas con la seguridad en el trabajo.

—Usted dirá.

—Supongo que cumplen con todas las medidas de seguridad que marca la legalidad, puesto que fueron los sindicatos quienes las exigieron. Eso no me preocupa. Pero, ¿qué me puede decir de los peligros externos?

—¿Peligros externos? ¿A qué ser refiere?

—Bueno, incluso obviando el elefante en la habitación —dijo señalando a su alrededor—, tengo entendido que en el puerto se dan… ciertas actividades ilícitas, posiblemente organizadas. No soy de la ciudad, así que no tengo muy claro qué rumores son ciertos y qué rumores no. Pero, en cualquier caso, necesito saber si afectan a las actividades de la empresa de alguna manera.

Teresa la miró con ojos inquisitivos. Tras pensar un rato más largo del esperado, respondió:

—Supongo que conozco a qué rumores se refiere. Es cierto que, al ser el puerto el sitio por el que entra la mayoría de la mercancía a la ciudad, se dan ciertas actividades… como ha dicho usted, ilícitas. Existen varios grupos en la ciudad interesados en controlar esas actividades y tenemos la sospecha de que la explosión de ese carguero está relacionada con sus actividades. Pero, en cualquier caso, a los estibadores nos dejan en paz. Nuestro trabajo es sacar contenedores de naves de carga y meterlos en almacenes y sacarlos de los almacenes y cargarlos en naves. Si luego resulta que dentro de uno de esos contenedores no hay lo que el contenedor dice que hay y, en vez de eso, hay otra cosa, no es asunto nuestro.

—¿Y no les han amenazado nunca para garantizar que no miran dentro de los contenedores? O sobornado, claro.

—Como sabrá, los contenedores sólo se pueden abrir haciendo uso de las claves privadas que les generan las empresas y que, obviamente, no comparten con nosotros. No tiene sentido amenazarnos para que no miremos porque no es posible que podamos mirar.

Sonia continuó media hora más haciendo preguntas técnicas sobre la carga y descarga de contenedores, dónde se almacenan y los diferentes protocolos de actuación. Al despedirse, sus notas habían engordado bastante más de lo que esperaba.

Mientras volvía a casa, redactó un informe para enviar a Yuki en el que explicaba que había fuertes rumores de que varias bandas se peleaban por mantener el dominio en el puerto, posiblemente para controlar el contrabando. También añadió que todo apuntaba a que Nuria Bruguera era quien dirigía las operaciones de uno de esos grupos y que suponía que usaban los cargueros de RenSha para meter la mercancía en la ciudad.

Enviar el informe le hizo sentirse más ligera. Siempre le pasaba lo mismo. Si no informaba a su pagador regularmente, bien fuera porque no podía contactar con él o porque no tenía nada de lo que informar, se sentía pesada. Como si no estuviera haciendo bien su trabajo. Y eso que sabía de sobra que no siempre se obtienen resultados rápidos.

Como siempre que volvía a casa, lo primero que hizo fue comprobar el buzón. En esta ocasión, y como le había avisado Kin, tenía un paquete esperándole. Un pequeño paquete rectangular envuelto en un colorido papel de regalo y con una cinta roja decorándolo. Colgando del paquete por un pequeño cordel había una nota manuscrita:

«¡Hola, preciosa! Aquí tienes el aparatito del que te hablé. Ya me contarás cuando lo uses.».

Por un momento, se quedó mirando el paquete sin saber qué hacer. Luego suspiró, entró en casa, se quitó la chaqueta y se sentó a la mesa para abrirlo. Cuando vio el aparato, torció el morro. Era pequeño, de eso no cabía duda, pero no creía que fuera a pasar desapercibido. En su casa desde luego que no. Sin embargo, ese aparato no era para su casa, sino para la de Avison, así que ya improvisaría algo.

Buscó en su agenda el identificador de Kin e inició una llamada. Tras un par de tonos, el rostro extremadamente pálido de Kin la saludó.

—¡Madre mía! ¡Menuda monada de señorita que me llama!

Sonia puso los ojos en blanco.

—Ya tengo tu aparatito de marras —dijo mostrando a la llamada el paquete—. ¿Por casualidad no habrás investigado la agenda de esta tipa? Me vendría bien saber cuándo estará fuera de casa y esas cosas. Ya sabes, para no encontrármela cuando vaya para allá.

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Contingentes: Parte 4 – Una recepcionista de sonrisa partida

By yawin on 15 de enero de 2022

El texto ofrecido en este post es un extracto de una novelette que estoy escribiendo. Eso significa que le faltan muchas correcciones que no podré llevar a cabo hasta terminar de escribirla entera. Ten esto en cuenta cuando vayas a comentar.

Aún no había llegado al edificio del sindicato cuando le sonó el comunicador cortical. Era Kin.

—¡Hola preciosa! ¿Qué tal el madrugón?

—¿Madrugón? —le espetó Sonia—. ¡Serás idiota! Por tu culpa he sido incapaz de levantarme de la cama a la hora a la que pretendía. No sé por qué tuviste que sacar tres rondas más si ya te había dicho que tenía que irme a casa.

—Bueno, bueno. Tampoco vi que te resistieras mucho. Será que no puedes resistirte a mis encantos.

—A los encantos de la bebida gratis, querrás decir —respondió con una contenida sonrisa—. Y qué, ¿sólo me llamas para burlarte?

—No, cariño. Eso es el aperitivo. Para romper el hielo. Es que tengo que pedirte que me hagas un favor.

—Miedo me das.

—He mirado la documentación que me has dado y he pensado que lo primero que debería hacer es meterme en el dispositivo cortical de la jefa de seguridad… ¿cómo se llamaba? —rebuscó entre unos documentos fuera de plano—. Ah sí, Linda Avison. Y para poder hacerlo, necesito que realices una tarea que es muy sencilla pero muy importante.

Sonia arqueó una ceja.

—¿Qué quieres que haga?

—Necesito que te cueles en su casa y dejes un apartito enchufado en algún sitio discreto.

—Y le recojo también la colada, ¿no?

—A ver, se que suena un poco loco…

—Loco no, demente —interrumpió Sonia.

—Pero que es un aparatito super chiquitín. Mira, es esto.

Kin mostró a cámara un pequeño dispositivo. Parecía un enchufe de pared esperando a ser incrustado en una; pero en el lado de las conexiones, en vez de tener las conexiones típicas de esos aparatos, tenía un enchufe normal.

—Mira —continuó Kin—, esto se enchufa en un enchufe de pared y con estos agujeros, ¿los ves? —señaló unos agujeros en el aparato— se atornilla a la pared para fijarlo. Para la tipa esta parecerá su enchufe de siempre, pero para mí será el punto de entrada.

Sonia lo pensó unos segundos.

—Pero ella se dará cuenta de que su enchufe es diferente. O sea, si tú me pusieras eso en casa, me daría cuenta de que tengo un enchufe diferente al resto.

—Todes tenemos en casa algún enchufe que casi no usamos. Por ejemplo, el típico enchufe detrás de una maceta donde la gente que tiene pecera enchufa la bomba de agua y el sistema de luces. Igual lo tocan una vez cada dos años, o ni eso.

—Vale, luego me paso a recogerlo. Veré qué hago.

—¿Necesitarás ayuda con la puerta y la alarma?

—Kin, queride. Te necesito para que hagas magia de esa que sólo tú sabes hacer. Para las habilidades de ladrona me sirvo sola.

Tardó en encontrar el edificio del sindicato de estibadores más de lo que había pensado. Resultó que, hacía unas semanas, uno de los cargueros que transportaba combustible había explotado y se había llevado por delante parte del edificio más cercano que era, precisamente, el sindicato de estibadores; así que habían trasladado la sede a otro edificio y aún no habían cambiado las señalizaciones.

Cuando entró, ninguno de los administrativos que se encontraban en el recibidor volvió la cabeza para mirarla. Aparentemente, estaban hasta arriba de trabajo.

En el mostrador, una joven atendía las llamadas. Aunque era de facciones equilibradas, la mitad de la cara y parte de su cuello los tenía recubiertos de un material oscuro que Sonia reconoció como fibra de nanotubos de carbono. “Parece que su seguro cubría las deflagraciones” pensó, “no me gustaría saber cómo estaría si no hubiera tenido esa suerte”. Se acercó y sonrió a la joven.

—Menudo jaleo que tenéis aquí montado, ¿eh?

—Y hoy es un día tranquilito. Aún estamos intentando recuperar la documentación que se cepilló la explosión de hace unas semanas.

—Otras, ¡claro! —respondió Sonia fingiendo haberlo olvidado—. ¡Que vosotros estabais al lado! —Con una expresión que simulaba buscar tener tacto añadió— ¿te pilló muy cerca?

—En primera fila —respondió señalándose la fibra de nanotubos.

—Uf, pobre. ¿Ha sido muy grave?

—Bueno, podría haber sido peor. El seguro me ha pagado esta fibra, pero ya estoy ahorrando para una piel sintética y un ojo nuevo. Otros han quedado peor.

—Ya me imagino —añadió tratando de parecer amable—. Supongo que siempre es un peligro andar por el puerto, ¿no?

La joven le miró extrañada.

—A ver, vale que de vez en cuando haya algún accidente, que se rompa una cadena o algo así, y es cierto que trabajar en el puerto tiene sus riesgos ¿pero esto? —Dijo señalando a su alrededor—. Hace más de cincuenta años que no explota ningún carguero. Se suponía que esas cosas ya no pasaban.

—Ah, bueno… —dudó—, me temo que soy nueva por aquí. Donde vivía antes sí era algo que pasaba de vez en cuando—. Ante la cara extrañada de su interlocutora añadió—, a veces se me olvida que en algunos mundos no hay guerras entre bandas.

La recepcionista se encogió un poco y en un tono mucho menor respondió:

—No deberías mencionar esas cosas por aquí —, y tras mirar a su alrededor, añadió— a menos que quieras que unos tipos chungos te hagan una visita y muchas preguntas.

Sonia arqueó las cejas fingiendo incredulidad. La conversación había fluído como esperaba y seguro que, tocando las teclas adecuadas, obtendría más. La chica añadió:

—Mira. No quiero asustarte. Pero en este puerto hay… personas peligrosas. Personas que, si pasan delante tuyo, tienes que hacer como que no has visto a nadie.

Sonia apretó los labios haciendo que pareciera que creía que había metido la pata.

—Entiendo. Perdona mi torpeza —. La chica asintió—. ¡En fin! Que yo venía a hacer cosas y a lo tonto llevamos aquí un rato de palique. Estoy buscando a alguien que suela trabajar con los cargueros de Ren-Sha Aerospace. Estoy haciendo una auditoría sobre la exigencia y calidad de esta gente y necesito la opinión de algunos trabajadores.

—No sé si van a poder decirte algo. Por lo que tengo entendido, los contratos con ellos son muy exigentes con eso de la confidencialidad. Pero bueno, voy a ver si la capataz que les hemos asignado puede atenderte y que ella te diga.

Sonia asintió. La joven activó un comunicador que tenía en mostrador y marcó algo en él. Tras una breve espera, empezó a hablar con una voz que pudo reconocer como “la clásica voz de recepcionista que tiene que ser amable a la fuerza”.

—Hola Val, mira que soy Yas, sí eso es, la de recepción. Que hay aquí una señora preguntando por ti… no sé, dice que viene de Ren-Sha; algo de de una auditoría de calidad, o exigencia, o algo del estilo. ¿Cinco minutos? Vale, la mando para la sala de café, ¿vale? —Colgó y le dijo a Sonia —: baja en cinco minutos. Le he dicho que le esperas en esa salita de ahí —señaló una puerta al final del pasillo—. Es la sala de café, pero no pruebes ese engrudo o pasarás la peor digestión de tu vida.

—Muchas gracias —respondió Sonia sonriendo.

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Contingentes: Parte 3 – Prazaky-Xue: comida y cerveza

By yawin on 15 de diciembre de 2021

El texto ofrecido en este post es un extracto de una novelette que estoy escribiendo. Eso significa que le faltan muchas correcciones que no podré llevar a cabo hasta terminar de escribirla entera. Ten esto en cuenta cuando vayas a comentar.

Llegó al puerto cuando el reloj marcaba la hora de almorzar. Las lámparas que mantenían las calles iluminadas cegaban a Sonia como si fueran rayos de sol. Le habría gustado llegar antes, pero cuando salía a beber con Kin no tenía forma saber cuándo volvería a casa.

Las tareas que había planificado para ese día eran de lo más rutinarias. Principalmente iba a echar un vistazo a la empresa en cuestión y, de paso, a escuchar cualquier rumor que circulara por la zona.

El puerto de TeraGen era antiguo. Una reliquia de la época en la que la humanidad empezó a colonizar Venus. En sus dársenas podían encontrarse naves de todos los tamaños y colores, desde los últimos modelos hasta grandes cafeteras cuya integridad protegía un largo historial de reparaciones.

Los edificios y construcciones utilitarias se agolpaban las unas contra las otras a lo largo de todo el muelle, dando la sensación de que el puerto era un único gran bloque; a diferencia del resto de la ciudad, que fue creciendo a medida que se le iban acoplando nuevos módulos, naves, sistemas de flotación y generadores de energía.

No tuvo que indagar mucho para saber cuál era el bar habitual de los estibadores, la principal mano de obra de la zona.

Gracias a los precios populares de sus productos de dudosa calidad y procedencia, el “Prazaky-Xue: comida y cerveza” era un local muy popular entre los trabajadores de la zona. Por una ridícula cantidad de dinero, los hambrientos estibadores podían comer y beber hasta saciar su apetito. Tal vez la cerveza no tuviera ninguna relación con la bebida cuyo nombre compartía y era posible que el estofado de la casa contuviera más carne procedente del hospital más cercano que de la carnicería; pero eso no importaba a quienes veían en este lugar la posibilidad de alimentarse diariamente.

Como imaginaba, debido a la hora, el local no estaba tan lleno como cabría esperar dada su popularidad. Al fin y al cabo, durante la jornada laboral era raro encontrar a trabajadores en los bares. Ninguna corporación que se jactara de sus beneficios permitiría que sus trabajadores tuvieran más tiempo libre del que marcaba la ley.

Se sentó cerca de cuatro ancianos que charlaban despreocupadamente mientras jugaban a algún juego autóctono que ella no conocía.

—¿Qué va a tomar? —le preguntó el camarero cuando se acercaba—. Además de lo habitual, estofado y cerveza, hoy el cocinero recomienda las croquetas de morcilla.

—¿Puede asegurarme el cocinero de que la sangre de esas morcillas no ha salido de ningún hospital? —preguntó Sonia con sorna.

—Podemos garantizarle que la morcilla es de la mejor calidad posible—, respondió con gesto despreocupado.

—Para evitar disgustos, me conformaré con un trago de ginebra con hielo.

Tras asentir, el camarero se fue a preparar la copa, la cual trajo junto a un terminal de pago.

—¡Y así, te mato el doble cinco que sé que tienes, Alfredo! —gritó uno de los ancianos mientras el resto reía a carcajadas.

—Pero serás cazurro, Hotaro —añadió otro—. Has contado mal. Sólo hay jugadas cuatro fichas con el cinco. Todavía queda una por usar además del doble cinco.

Más carcajadas llegaron de la mesa.

—Desde luego, estás tan empanao como la Bruguera, macho —añadió un tercero.

El anciano al que habían llamado Hotaro, le miró inquisitivamente:

—¿Que le pasa ahora a la remilgada esa? No me dirás que se ha pasado hoy por aquí a gritar a alguno de esos pobres diablos que trabajan para ella.

—Tú sabes que ella está metida en eso otro que se hace por aquí, ¿no? —preguntó, a lo que Hotaro asintió—. Pues el caso es que entre que los coreanos le están pisando lo fregao y que últimamente hay mucho forastero hay rumores que dicen que le están dejando fuera del negocio.

—¡Qué me dices! —exclamó Alfredo—. Pero si hasta hace nada, casi todo lo que entraba en la ciudad era suyo. No me digas que los coreanos se han puesto las pilas.

—Yo qué sé, sólo os digo lo que me han contado —respondió. Llamando la atención del cuarto anciano, añadió—: despierta, Basilio, que te toca y nos tienes esperando.

Sonia dio un sorbo a su ginebra, aunque eso no era lo que había en el vaso ni aunque la definición de la ginebra abarcara un concepto más generoso del habitual.

Mientras seguía atenta a la conversación de los ancianos, abrió un navegador en su dispositivo cortical y empezó a buscar noticias recientes sobre contrabando y traficantes coreanos en la ciudad.

No tardó mucho en encontrar noticias sobre tiroteos entre bandas, redadas policiales y pequeños cargamentos de armas decomisados. Pero no encontró nada que relacionara a una empresa como Ren-Sha Aerospace o al puerto con dichas actividades. Aun así, sí que se podía palpar cierto ambente hostil, como si el equilibrio de poderes entre las bandas estuviera cambiando.

—De todas formas, Jonas—, continuó Hotaro.— No deberías ir por ahí diciendo esas cosas, y menos así de alto. Nadie sabe quién puede estar escuchando.

Los tres ancianos lanzaron una mirada, pensando que lo hacían discretamente, hacia Sonia.

—Pero, ¡Basilio! ¡Que te despiertes! —gritó Alfredo.

El cuarto anciano se despertó con un enorme sobre salto.

—¿Qué pasa? ¿A quién le toca?

—Pues a tí, ¿a quién va a ser?

—Porque este juego es para cuatro, que si no… —añadió Jonas.

Sonia sonrió mientras, fingiendo que bebía, se tapaba la boca con el vaso. Esos ancianos parecían saber mucho sobre la actividad del puerto y, especialmente, la de sus dos investigadas. Evaluó si sería conveniente acercarse a ellos y preguntarles abiertamente, pero suponía que no le dirían mucho más.

Abrió la documentación sobre el caso y creó un nuevo documento de anotaciones, donde escribió todo lo que había oído a los ancianos. Además, aprovechando que hacía poco había actualizado su dispositivo cortical para que grabara todo lo que veía y oía, extrajo del almacenamiento temporal el clip que tenía de los ancianos hablando sobre el tema y lo adjuntó a las anotaciones.

Se terminó la bebida y salió a la calle. Si los ancianos sabían tanto y charlaban con tanta despreocupación sobre ello, es que era una información más o menos de dominio público en el puerto. Así que era hora de visitar al sindicato de estibadores. A ver si reconocían que sabían algo más.

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Contingentes: Parte 2 – Old Arcade

By yawin on 15 de noviembre de 2021

El texto ofrecido en este post es un extracto de una novelette que estoy escribiendo. Eso significa que le faltan muchas correcciones que no podré llevar a cabo hasta terminar de escribirla entera. Ten esto en cuenta cuando vayas a comentar.

Decidió volver a casa caminando, le resultaba relajante pasear entre los zumbidos de los módulos acoplados que formaban las calles y pasarelas vacías.

No era algo que pudiera hacer cuando vivía en Europa. Aunque la corporación AquaFresh se había encargado de cubrir de acero el satélite para convertirlo en su depósito privado de agua para embotellar, la temperatura seguía siendo suficientemente baja como para considerar mejor idea moverse por las tuberías de desplazamiento antes que andando.

Además, esa noche no había niebla así que no tenía que ponerse la agobiante máscara de gas.

Mientras recorría las calles vacías de una zona residencial empezó a revisar la documentación que le había dado Yuki. El único elemento físico era el wallet con 5000 cryptos; el resto era documentación virtual que podía revisar mientras paseaba sin que miradas ajenas pudieran verla.

Abrió el perfil de la ejecutiva. Se llamaba Nuria Bruguera, era la directora del departamento de recepción de cargas. El perfil incluía una fotografía de la mujer, su identificador cortical, un listado de criptocarteras conocidas entre las que sumaba una pequeña fortuna y su dirección, un apartamento en uno de los complejos residenciales del centro de la ciudad.

El perfil de la jefa de seguridad era más escueto. Se llamaba Linda Avison y en el pasado había pertenecido a la guardia costera. En este caso, además de esta información, sólo se añadía una fotografía de la mujer y la dirección de su vivienda que se encontraba cerca de los muelles.

«¿Una directora de recepciones y una expolicía?», pensó. «Apostaría mi brazo a que están hasta el cuello en asuntos de contrabando». Miró a su alrededor, había llegado a su barrio, pero todavía era pronto para ir a casa. Buscó a un contacto de su agenda y le mandó un mensaje: «Kin, tengo curro. Imagino que estarás donde siempre. Voy para allá»

El salón recreativo Old Arcade estaba a unas pocas calles de distancia, así que no tardó mucho en llegar. Era un local pequeño, bastante concurrido, lleno de neones y máquinas recreativas que llenaban el sitio de ruido. Entre las cabinas VR y los arcades de estilo obsoleto podían encontrarse terminales anónimas con las que conectarse a la red cortical sin tener que identificarse. Al fondo del salón, una barra ofrecía a los habituales un lugar de descanso entre partidas donde refrescarse tomando un trago.

Sonia se acercó a una persona que, aunque estaba sentada en la barra con una bebida delante suyo, no parecía estar desconectada de una máquina. Era una persona de rasgos imprecisos. Unos exagerados implantes sustituían sus ojos dando la sensación de llevar puestas unas gafas de realidad virtual. Su pelo blanco no desentonaba con la extrema claridad de su piel.

Giró con desgana la cabeza, mirando a Sonia, y dijo:

—¡Sonia! ¡Amiga! Pensaba que tardarías más.

—Buenas noches, Kin —saludó Sonia—. ¿ya has pagado lo que estás tomando o puedo invitarte?

—¿De verdad me preguntas si he pagado algo? —le preguntó mientras mostraba a Sonia un pequeño dispositivo que tenía acoplado a su muñeca—. Crédito ilimitado. Mientras no me pillen, claro.

Ambos rieron disimuladamente y Kin continuó hablando:

—¿Y cuál es ese trabajillo? No es habitual en tí venir a verme tan tarde—. Se calló un momento frunciendo la boca y añadió—: en realidad sí que es habitual en ti. En fin, que me tienes con la mosca.

—Resumen rápido —respondió Sonia—, tengo a una ejecutiva que teme por su vida. Es muy probable que se involucrara en lo que tiene pinta que es un negocio de contrabando. Necesito alguien que sepa entrar en sitios, desactivar alarmas, etc… El pack completo, vamos. ¿Estás interesade?

Kin permaneció en silencio un rato. Con esos implantes era imposible saber en qué pensaba. Aun así, Sonia estaba convencida de que aceptaría. Ya habían trabajado juntes anteriormente. Incluso, podría decirse que habían establecido una peculiar amistad. La única que tenía, de hecho.

—¿Cuanto dices que vas a pagarme? —dijo Kin.

—¿Pero no has dicho hace nada que tienes crédito ilimitado? —se burló—. ¿Te parece bien 7000 cryptos?

Kin sonrió.

—Sólo si tú pagas el material que necesitemos.

Sonia asintió con la cabeza y añadió:

—Tampoco te pases pidiendo juguetitos. Que para algo tienes esas cosas —señalando los implantes de los ojos.

—Buff, calla, que esto me recuerda que no te he contado una cosa.

Sonia le miró intrigada.

—¿Recuerdas a H4x0R? —continuó Kin—. El chaval este que me metía fichas mientras le vaciaba los wallets. —Sonia asintió—. Pues resulta que llevaba un tiempo poniéndose mejoras. Que si un poco más de memoria, que si más velocidad de cálculo, orejas nuevas,… En fin, de todo. —Hizo una pausa para beber. Mientras terminaba de tragar siguió hablando— pues me han contado que ha degenerado.

—¿Degenerado?

—Sí. No me digas que no sabes lo que es.

Sonia negó con la cabeza:

—Al menos no por ese nombre.

—Pues, a ver cómo te lo explico—. Tras pensarlo un poco, añadió—: ¿sabes que, cuando te pones un implante, a veces requiere que tu cerebro se acostumbre a él?

Sonia asintió.

—Pues a veces pasa —continuó Kin—, que para acostumbrarse el cerebro cambia un poco en la dirección equivocada. Y cuando eso pasa demasiadas veces, la persona queda tan tarada que decimos que ha degenerado.

—¡Ah! —respondió Sonia—, así es como llamáis aquí al declive.

—¿Al qué?

—En Europa, a eso lo llamamos declive. Recuerdo que un tipo con el que hacía negocios sufrió un declive muy complicado. Se puso muy paranoico y vivía convencido de que los demás le escuchábamos los pensamientos. Se acabó pegando un tiro.

—Pues H4x0R no está tan mal, la verdad. Por el momento habla sólo.

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En los detalles reside el diablo

By yawin on 11 de noviembre de 2021

Marga colgó el teléfono y entró en el restaurante. Oficialmente había quedado con un comercial del Consorcio de Seguros Mágicos para ver cómo podía mejorarle la vida un seguro contra deflagraciones mágicas espontáneas; pero, en realidad, era una reunión con una de sus principales fuentes. El artículo que estaba preparando podía hacer temblar los cimientos de toda la industria aseguradora.

Su confidente ya estaba esperándole en la mesa. Se saludaron cordialmente y el camarero les trajo la carta. Marga ni la miró; siempre pedía lo mismo.

¿Qué va a pedir Marga? ¿Qué tipo de restaurante es ese? ¿De dónde sale la comida que sirve el restaurante? Supongamos que pide un filete. ¿De qué animal es esa carne? ¿Cómo se produce esa carne? ¿Se considera un producto de lujo o es un alimento sin categoría? ¿Qué guarnición lleva esa carne? Para que haya verduras en la guarnición hará falta que el clima sea acorde a la producción de esos vegetales. ¿Cómo de mecanizado está el entorno rural? Si no está muy mecanizado, la guarnición debería ser contenida y de pocos ingredientes. Si lo está, habría más variedad donde elegir. ¿Cómo es la cultura local? La cultura local tiene impacto sobre la gastronomía, incluso la de restaurantes que reproducen gastronomía de otros lugares.

Este es un hilo de pensamiento bastante habitual que tengo mientras escribo. Y es que siempre me ha llamado la atención cómo hay producciones que parecen poner mucha atención al detalle pero que, por algún motivo, parecen tener un cierto fallo en su cohesión interna.

El típico ejemplo que siempre pongo cuando hablo de este tema

Seguramente conozcáis la serie de la BBC «Merlín». En esa serie se narra la historia de cómo un joven Merlín, que aún no ha aprendido a hacer magia, entra a servir a la corte del padre del futuro rey Arturo y cómo se sientan las bases para lo que serán las leyendas artúricas. Es una serie que atiende bastante al detalle y, aunque con licencias, representa bastante fielmente el ambiente y el contexto que solemos tener en mente cuando pensamos en el rey Arturo y la tabla redonda.

Pero en un capítulo, uno de los primeros, ocurrió algo que me dejó atónito: Merlín y su maestro comen un plato de pollo con patatas y tomate.

Aunque no hay mucho consenso sobre en qué fecha pudo existir el rey Arturo en caso de haber sido real, se considera que las leyendas hacen referencia a un caudillo britanorromano que lideró la defensa de Gran Bretaña contra los invasores sajones entre los siglos V y VI. Teniendo en cuenta que la patata y el tomate no entrarían en Europa hasta casi mil años después, por muchas licencias que se tomen sus creadores, no es posible que Merlín pudiera comer ese plato.

Es posible que haya quien piense ¿a quién le importa un detalle como ese? Pues creo que, como es evidente, a mí. Y, por extensión, es posible que a muchos lectores que, como yo, se fijen en este tipo de detalles.

Las sociedades no son entes espontáneos que aparecen de la nada

Una vez más, aquí estamos con más perogrullo. Pero es importante. Una de mis principales críticas a muchas obras de fantasía es, precisamente, que sus sociedades parecen haber salido de la nada. Países desérticos con una gastronomía basada en cultivos que requieren mucha agua y en carne de animales de montaña, aldeas perdidas en mitad del bosque con un acceso envidiable a la cultura y a las manufacturas finas, etc…

Si entendemos que las poblaciones se desarrollaron cerca de ríos para tener una fuente estable de agua, si entendemos que los pueblos de lugares áridos y hostiles tienden a ser nómadas para poder buscar siempre el mejor sitio donde acampar. Si entendemos que una ciudad no puede tener millones de habitantes si no tiene una infraestructura adecuada que permita la recepción y almacenamiento de muchos alimentos. Si entendemos todo esto, deberíamos entender que todo, hasta la más mínima decisión, es una expresión de un contexto profundo y complejo.

¿Has diseñado un país cuyos cultivos de cereales son, principalmente, arroz? Pues no puedes hacer que su plato tradicional sea la pasta italiana. ¿La religión tradicional de la zona considera al alcohol el culpable de todos los males? Pues las reuniones sociales que escribas no deberían presentar al alcohol como el protagonista de la fiesta.

No se trata de escribir una enciclopedia para poder hacer un relato corto

Evidentemente, tenemos que tener la cabeza amueblada y hacer uso del sentido común. En electrónica, cuando queremos diseñar un aparato, no incluímos en los cálculos toda la infraestructura eléctrica del país. Decimos que todo eso equivale a un circuito que aporta A a la corriente y R de resistencia y tiramos millas. En esencia, se trata de hacer eso mismo.

Si estás escribiendo una historia de fantasía localizada en la capital de un país de elfos, es probable que no necesites conocer la historia de los países enanos y de sus guerras contra los hombres lobo. Pero sí deberías tener claro cuales han sido las relaciones entre elfos y enanos desde que unos saben que los otros existen y qué influencia tiene esto en el día a día de los habitantes de esa capital. Tal vez, cuando un elfo se enfade podría ponerse a soltar palabrotas que hagan referencia al odio cultural hacia los enanos; o, a lo mejor, la víctima cuyo asesinato se está investigando podría ser un asistente habitual de un curso de cocina enana que se imparte en la universidad de ciencias gastronómicas.

Como siempre, la conclusión

Este blog no sería mío si todos los artículos no terminaran con una conclusión. Mi conclusión es que, aunque no es obligatorio, conocer todo el contexto que envuelve al lugar donde se desarrollan tus historias hará que estas se sientan más cohesionadas. No es casualidad que las obras de autores como J.R.R.Tolkien o Terry Pratchett sean referentes de su género; ambos prestaban mucha atención a estos detalles.

No está mal que lo hagas de otra manera. En general, y en el arte con más razón, no existe una «manera correcta» de hacer las cosas. Pero si deberías tener en cuenta que cuanto más sepas de algo más cómodo te sentirás hablando de ello.

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Para escribir ciencia ficción hace falta más sentido común que conocimientos científicos

By yawin on 5 de noviembre de 2021

¿Cuántas veces os ha pasado que, leyendo o viendo ciencia ficción, habéis pensado que había algo en la ambientación que chirriaba? Evidentemente, hay muchos factores que pueden provocar esto; pero hay un factor muy común y que acostumbra ser invisible.

El futuro no consiste en vivir rodeados de dispositivos

«Regreso al futuro II» es un peliculón. Marty llega a su ciudad en un futuro en el que todo se ha tecnificado. Patines voladores, bares robotizados y hasta bates de acero extensibles. En una escena vemos cómo la familia McFly se junta para cenar y, para ello, meten una pizza deshidratada en un electrodoméstico que se encarga de rehidratarla haciendo que recupere el tamaño de una pizza familiar.

Todo parece increíble y futurista pero hay algo, como un ruido blanco de fondo, que nos da punzadas en la nuca. Hay demasiados aparatos y muchos de ellos cumplen con la misma función.

Si nos fijamos en cómo ha evolucionado nuestra vida respecto a la de nuestros antepasados podemos ver que no tenemos más aparatos. Tenemos aparatos más sofisticados, sí, pero muchos de los que ellos usaban ya no los tenemos y nosotros tenemos muchos aparatos que ellos no tenían.

Mi abuela tenía varios teléfonos fijos en su casa, al menos uno en cada habitación importante; yo, por el contrario, tengo un único teléfono móvil que llevo a todas partes y que, además de sustituir a los teléfonos, sustituye al transistor, a la colección de enciclopedias y a bastantes cosas más. Del mismo modo, mi abuela pasaba las tardes cosiendo ante la tele o la radio (según le apeteciera) y yo tengo varios ordenadores.

No tenemos más aparatos, tenemos aparatos diferentes.

La tecnología es para ayudar, no para estorbar

La próxima vez que veáis o leáis ciencia ficción haced un ejercicio: cada vez que salga un aparato preguntaos para qué sirve y si su uso ahorra una tarea incómoda.

Me viene a la mente, por ejemplo, la cama de la casa del protagonista de «El quinto elemento». Cada vez que se levanta de la cama, esta se va por un agujero y aparece una nueva con las sábanas limpias y precintada con plástico. Pensemos en toda la instalación que algo así requiere; porque no es una máquina que ocupe el espacio habitual de una cama. Como mínimo necesita ocupar lo que ocupan dos camas: la limpia y la que se está limpiando. Además, necesita todo el espacio para limpiar las sábanas, secarlas, vestir la cama y precintarla. Y toda esa maquinaria tiene una única función: hacerte la cama.

¿Cuánto podría costar una máquina así? ¿Qué gastos implicaría? Y, sobre todo, ¿tiene sentido hacer una máquina tan específica para cubrir una función tan específica?

Si algo podemos ver a nuestro alrededor es que la tecnología busca simplificar procesos y, sobre todo, aglutinarlos. Ahora nuestros teléfonos móviles no śolo sirven para llamar y nuestras redes de telecomunicaciones no sirven sólo para mandar audio. Nuestros coches ya no sólo sirven para ir de un lugar a otro; integran el GPS, la radio y un sin fin más de funcionalidades.

El truco del almendruco

Sé que no soy una autoridad en esto de escribir ciencia ficción. Bueno, más bien, en general en esto de escribir. Pero soy un gran fan de la ciencia ficción y es muy posible que este género sea el responsable de que decidiera que mi futuro era la ingeniería; y esto me ha dado una cierta visión sobre cómo me gustaría escribir la tecnología que sale en mis libros. Así que os traigo mi «truco».

Siempre que me planteo un relato o novela de ciencia ficción, lo primero en lo que pienso es en cuándo estará ambientado y cuál será el nivel tecnológico. A continuación, pienso en por qué en esta época se está en ese nivel tecnológico. Eso es importante, porque si no, no puedo pensar en cómo se integra la tecnología en la vida de las personas.

Una vez tengo eso, pienso en la trama y me hago una lista de todos los aparatos que tendrán o podrían tener importancia y que, por tanto, tendré que tener bien pensados para poder describirlos con coherencia. Con la lista hecha, reviso uno a uno cada dispositivo: ¿quién lo ha fabricado? ¿quién lo puede adquirir? ¿para qué sirve? ¿por qué alguien querría tenerlo? ¿qué más cosas hace? ¿cuál es su fuente de energía? ¿qué coste tiene? ¿por qué tiene ese coste? ¿qué sabe la gente común de ese dispositivo?… y muchas, muchas preguntas más. Generalmente esto me lleva a unificar dispositivos, separar otros, crear nuevos dispositivos y, sobre todo, racionalizar su existencia.

En la novela corta que estoy subiendo a este mismo blog (Contingentes) hay un dispositivo que sale constantemente y que tampoco tengo interés en explicar detenidamente dentro de la obra. El dispositivo es el «comunicador cortical» y, como imaginaréis, no tengo interés en explicar detenidamente dentro de la obra cómo funciona porque prefiero que se vaya viendo a medida que se le da uso. Pero sí os lo voy a explicar aquí.

El comunicador cortical es un dispositivo que se introduce en todos los ciudadanos de los Cien Mundos cuando son adolescentes y sustituye la segunda vértebra. Está conectado a la médula espinal y, además de ser un coprocesador que se integra a la consciencia, permitiendo que si su portador muere se pueda injertar en otro cuerpo y éste pueda continuar con su vida, supone el principal sistema de comunicaciones. Hace las funciones de teléfono móvil, ordenador portátil, sistema de almacenamiento digital y muchas más funciones que irán apareciendo.

Además, como está conectado al cerebro de su usuario, puede bloquear señales de cualquiera de los sentidos generar señales artificiales, permitiendo integrar interfaces de realidad aumentada e, incluso, que su usuario pueda disfrutar de entornos cien por cien virtuales sin necesidad de dispositivos adicionales.

Y seguramente os preguntaréis, ¿por qué le has dado tantas vueltas a algo que puedes resumir en «un teléfono móvil del futuro»? Pues porque, como entiendo el funcionamiento de este dispositivo he podido decidir que Yuki (la clienta) le tienda a Sonia (la prota) documentación digital que sólo ellas dos pueden ver pero que puede manipular como si de papeles reales se trataran. Porque cuando visiten las oficinas de la empresa de transportes que están investigando tendré que decidir cómo es el espacio de trabajo en un mundo en el que este dispositivo permite que los aparatos sean software cortical con sus interfaces visibles gracias a la realidad aumentada del dispositivo cortical.

En conclusión

Lo bonito de la ciencia ficción es que podemos hacer lo que queramos. En principio todo vale. Pero, sin duda, si algo lo diferencia de la fantasía es, precisamente, que a todo efecto le precede su causa. No te vuelvas loco pensando en toda la cronología que ha llevado a la humanidad hasta ese punto, no es necesario; pero intenta que la tecnología parezca que la han hecho personas que conviven con ella.

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Cosas a tener en cuenta al presentar un manuscrito a una editorial

By yawin on 28 de octubre de 2021

Has escrito una novela. ¡Enhorabuena! Has superado el paso más complicado, pero aún queda mucho por delante. Sé que tienes ganas de que la gente lea lo que has escrito. Que escriban fanfics y dibujen fanarts con tus personajes, que discutan sobre teorías locas que sólo entiendan quienes hayan prestado atención a todo el lore e, incluso, que entren en tu cartera los ricos dineritos que aparecen con la venta de ejemplares.

Siento amargarte las fantasías diciéndote esto: pisa el freno. Aquí te traigo un par de cositas que deberías tener en cuenta antes de presentar tu manuscrito a una editorial.

Ni eres único ni eres el único

Este es un mantra que me repito constantemente. No soy el mejor escritor del mundo. Parece de perogrullo pero no sabes lo habitual que es encontrar con gente que considera que su obra es casi la quintaesencia de la literatura y que se ofenden cuando rechazan su manuscrito.

Tu novela es tu hijo y es evidente que lo vas a querer a pesar de sus defectos. Pero los tiene. Y eso no es malo. Antes de mandar tu obra a una editorial contrata a un lector profesional y a un corrector.

El lector te dirá cuáles son los puntos fuertes y los débiles de tu obra, con qué público funcionaría mejor y en qué generos puede etiquetarse. Y todo esto es muy importante, porque no todas las editoriales publican todo. Para saber dónde enviar tu manuscrito es importante que lo entiendas y conocer cómo se percibe desde fuera, sin los filtros propios de quien ha dado forma a la historia, es muy esclarecedor.

El corrector puede hacerte dos tipos de correcciones (según qué le contrates). Puede encargarse de hacer una corrección ortotipográfica, lo que es importante para que tu manuscrito sea legible. Pero, también, se puede encargar de corregirte el estilo. Hay quienes entienden que la corrección de estilo implica que el corrector de cambie lo que has escrito, cambiando tu manera de escribir. Esto no es así. El corrector de estilo busca que toda la obra presente el mismo estilo. Se asegura de que las frases tengan sentido, que todo lo que tenga que estar en el mismo tiempo verbal lo esté y, que si empiezas con una escritura sin florituras, no termines escribiendo párrafos barrocos llenos de metáforas si no viene a cuento.

Todo lo dicho hasta ahora hace referencia a la primera parte del mantra. «No eres único». La segunda parte es igual de importante. «No eres el único».

Recuerda que las editoriales reciben cientos de manuscritos de cientos de autores distintos. Y todo eso hay que leerlo y decidir si se va a publicar o no. Suena duro, ¿verdad? Sé de primera mano que hay editoriales que, abriendo la recepción de manuscritos durante una única semana, han recibido tantos que han necesitado casi un año para revisarlos todos. Hay otras que permiten que les mandes tu obra en cualquier momento; imagina el tamaño de la lista de espera.

El escritor Javier Miró suele describir esta situación como «el gran embudo editorial». Al fin y al cabo, cuando tu obra llega al email de una editorial llega a la vez que otras muchas y la editorial las revisará una a una.

No soy nadie para dar consejos. Ni siquiera he publicado aún nada propio pero, tras mucho hablar con editores y escritores que sí han publicado, he podido destilar algunas ideas que, creo, pueden ser útiles.

Ten paciencia

Creo que es la idea principal. No estás mandando tu obra a que la evalúe una máquina. En las editoriales trabajan personas. Exigirles y darles la brasa no ayuda a que trabajen más cómodos y, probablemente, te cojan manía. Es cierto que muchas editoriales no mandan emails indicando que rechazan tu obra (cosa con la que discrepo), pero muchas sí lo hacen. No se trata de que esperes dos años para asumir que te han rechazado, basta con que investigues la editorial para saber cuánto suelen tardar, de media, en tomar una decisión.

Se activo en la comunidad literaria

No hay una comunidad literaria, evidentemente. Hay muchas. Identifica cuál es en la que te interesa estar presente y sé activo. Si a una editorial le suena tu nombre, es posible que decida leer tu manuscrito antes que otro. No estoy hablando de enchufismo. Tampoco te animo que te hagas amigo de la gente por interés. Eso está feo y a la larga es una mala estrategia que te pasará factura.

Pero tú imagina que eres quien lee los manuscritos para una editorial. Un día te levantas cansado y no te apetece ponerte a leer la enésima novela negra con un protagonista atormentado. Abres el email y ves que, entre todos los pendientes, está el manuscrito de alguien cuyo nombre has leído en Twitter e, incluso, sigues. Pues oye, es posible que te apetezca más leerlo que el de algún desconocido.

Además, estar presente en la comunidad te ayudará a conocer mejor a las editoriales y a la gente que trabaja en ellas. Seguro que conocerás editoriales que no conocías y es posible que haya editoriales que decidas que jamás querrás publicar con ellos. Toda esa información te la perderías si no estuvieras activo.

En conclusión

Publicar un libro con una editorial es algo complicado. No por la técnica que requiere, sino por la excesiva cantidad de gente que quiere publicar. Y no es malo que tanta gente quiera publicar, pero no te va a poner las cosas fáciles.

Sé humilde. Infórmate. Y trata de crear contactos y sinergias. No esperes que te lo den todo hecho. Y, sobre todo, no seas el tipo de persona al que nadie querría leer.

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Contingentes: Parte 1 – El cuervo solitario

By yawin on 22 de octubre de 2021

El texto ofrecido en este post es un extracto de una novelette que estoy escribiendo. Eso significa que le faltan muchas correcciones que no podré llevar a cabo hasta terminar de escribirla entera. Ten esto en cuenta cuando vayas a comentar.

El sol se ponía en el horizonte venusiano bajo la eterna capa de nubes amarillentas en la ciudad flotante de TeraGen. Con suerte, no habría niebla esa noche, en el peor de los casos la niebla sería tóxica y las esquinas se llenarían de vendedores de máscaras de gas.

El dirigible de VeNews pasaba por delante de la ventana anunciando las últimas noticias cuando sonó el comunicador cortical de Sonia. En la retina apareció la imagen de una mujer rubia bastante atractiva que decía llamarse Yuki No-sé-qué. Tenía un trabajo urgente, pero no quería dar detalles por teléfono por lo que la invitó a reunirse con ella a las doce de la noche en el Cuervo Solitario.

Sonia se quedó pensativa mirando a la pantalla en pausa del juego que tenía en marcha, decidiendo si acudir a la cita. No llevaba tanto en la ciudad, así que su identificador se lo tenía que haber dado algún conocido. Tal vez un cliente satisfecho. Pero los trabajos urgentes no acostumbraban a ser buenos trabajos. En cualquier caso, necesitaba dinero y el trabajo no abundaba.

Una notificación cortical la distrajo de sus pensamientos, había alguien en la puerta. Con la mirada buscó su bata y se la puso mientras se dirigía a la puerta. Al abrirla, un repartidor le tendía un paquete junto a un formulario virtual.

—Por favor, firme aquí—. Una vez firmó añadió—: Debe de ser algo muy valioso, señora. Los envíos desde las lunas de Júpiter no son baratos.

Sonia sonrió con educación. Eran más que valiosos. Eran los recuerdos de toda una vida dejada atrás. Despidió al repartidor y dejó el paquete sobre la mesa de la sala. Conocía el contenido, así que ya lo abriría cuando lo necesitara.

El Cuervo Solitario era uno de los pocos bares de TeraGen que permanecía abierto las 24 horas que duraba el ciclo diario artificial. Situado en el último piso del Cloud Gazer Residential Hotel, un discreto hotel situado en el borde de la ciudad, contaba con una privilegiada vista al mar de nubes sobre las que flotaba la ciudad.

Por lo que sabía Sonia, la clientela habitual solía ser del tipo «métete en tus asuntos», por lo que no le sorprendía la elección del lugar como punto de encuentro.

Al entrar, un equipo de seguridad verificó que realizaba el acceso sin armas y le instaron a ponerse una pulsera que desconectaba las mejoras que ofrecía su brazo biónico.

No había pista de baile, sólo música suave, mesas bajas y poca luz. Al fondo, delante del enorme ventanal, la mujer esperaba sentada en un sofá. Era alta y esbelta, con un juego de chips enganchados en el lado derecho de la cabeza, donde tenía el pelo rapado para facilitar el acceso a los mismos, y una piel artificialmente oscura.

—Encantada de conocerle, Sonia —saludó mientras tendía la mano.

—Disculpe que le tienda la otra mano —respondió mientras tendía la mano izquierda—. Con esta pulsera no puedo arriesgarme a usar el brazo; interfiere en los circuitos.

—Ah, cierto. En este bar son un poco puñeteros con eso. Debería haberle avisado.

—No se preocupe, estoy acostumbrada —contestó Sonia con despreocupación.

La mujer sonrió y dio un sorbo a una bebida azul.

—Como ya le he explicado antes, tengo un trabajo urgente; pero no quiero que me escuche sin saber con quién habla. —Tras rebuscar un poco en su bolso, le tendió una pequeña tarjeta de plástico con un código AR marcado. Al fijar la vista, la información apareció flotando sobre la tarjeta. Según ponía, la mujer se llamaba Yuki Jann y trabajaba en la corporación Ren-Sha Aerospace.

—Vaya —exclamó Sonia—, hacía mucho que no veía una tarjeta AR, hoy en día todo el mundo usa las virtuales.

—Me temo que soy una romántica de la tecnología antigua. Entiendo la utilidad de las interfaces virtuales, pero me gusta sentir el tacto de un objeto físico.

Sonia se sentó en el extremo contrario del sillón mientras Yuki seguía hablando. Al mismo tiempo, su dispositivo cortical la estaba analizando.

—Le he hecho venir porque me encuentro en una situación delicada y no puedo confiar en quienes habitualmente confío. Hace un par de semanas, interrumpí sin querer una conversación entre otra ejecutiva de mi empresa y la jefa de seguridad. No oí nada, pero desde entonces tengo la sensación de que me espían. Hace tres días me pareció que alguien me seguía.

El dispositivo cortical de Sonia mostró una notificación en su retina. Los chips que Yuki tenía en la cabeza eran, con toda seguridad, coprocesadores de diseño militar conectados a su dispositivo cortical y la piel aparentaba haber sido endurecida con nanoides, los cuales solían emplearse para convertir la piel en una armadura ligera y flexible. Además, presentaba señales de tener modificados, también, los ojos y oídos.

—Esta ejecutiva —continuó Yuki—, siempre me ha parecido una mujer bastante rara, pero no me hago idea de en qué andará metida —. Hizo una pausa para beber—. Lo que necesito que haga es descubrir qué traman esas dos y si mi vida corre peligro. Y, en caso de que sea así, recabar información que pueda usar como seguro de vida. Si acepta el encargo, seré generosa—. Tras unos segundos con expresión calculadora, añadió—: puedo ofrecerle 20000 cryptos; 5000 ahora y el resto al terminar el encargo.

Sonia dudó, el trabajo parecía sencillo; pero esa era una cantidad considerable de dinero. Tenía que haber gato encerrado. La mujer tampoco parecía una ejecutiva de despacho. Chips militares, armadura nanoide, visión y audición mejoradas,… esas modificaciones eran más propias de una mercenaria que de alguien que trabajara en un despacho.

—Hábleme un poco de usted —respondió Sonia—. Comprenda que necesito saber que mis clientes son de fiar —. Yuki asintió—. ¿Cuánto lleva en la empresa? ¿A qué se dedicaba antes?

—Imagino que lo preguntará por mis mejoras corporales—respondió señalando su sien. Tomó un poco de aire y continuó—: llevo 5 años en esta empresa, pero antes de esto mi trabajo era muy diferente. Era técnico de a bordo en la Guardia de los Mundos. Era muy satisfactorio lograr que una nave siguiera funcionando a pesar de los ataques enemigos. Pero me temo que, por mucho que lo vendan así, la experiencia en simulador no se parece en nada a la batalla real —su expresión se ensombreció—. Participé en las Guerras de Proteo. Y ojalá jamás hubiera ido. En cuanto pude largarme de allí, corrí hasta que no pude más.

«Con esa experiencia, si cree que está en peligro, la creo», pensó Sonia.

—Acepto el encargo —dijo Sonia tendiendo la mano. Tras estrecharlas, añadió—: necesito toda la información que pueda darme sobre esas dos personas y los lugares por los que andan.

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