¿Cuántas veces os ha pasado que, leyendo o viendo ciencia ficción, habéis pensado que había algo en la ambientación que chirriaba? Evidentemente, hay muchos factores que pueden provocar esto; pero hay un factor muy común y que acostumbra ser invisible.
El futuro no consiste en vivir rodeados de dispositivos
«Regreso al futuro II» es un peliculón. Marty llega a su ciudad en un futuro en el que todo se ha tecnificado. Patines voladores, bares robotizados y hasta bates de acero extensibles. En una escena vemos cómo la familia McFly se junta para cenar y, para ello, meten una pizza deshidratada en un electrodoméstico que se encarga de rehidratarla haciendo que recupere el tamaño de una pizza familiar.
Todo parece increíble y futurista pero hay algo, como un ruido blanco de fondo, que nos da punzadas en la nuca. Hay demasiados aparatos y muchos de ellos cumplen con la misma función.
Si nos fijamos en cómo ha evolucionado nuestra vida respecto a la de nuestros antepasados podemos ver que no tenemos más aparatos. Tenemos aparatos más sofisticados, sí, pero muchos de los que ellos usaban ya no los tenemos y nosotros tenemos muchos aparatos que ellos no tenían.
Mi abuela tenía varios teléfonos fijos en su casa, al menos uno en cada habitación importante; yo, por el contrario, tengo un único teléfono móvil que llevo a todas partes y que, además de sustituir a los teléfonos, sustituye al transistor, a la colección de enciclopedias y a bastantes cosas más. Del mismo modo, mi abuela pasaba las tardes cosiendo ante la tele o la radio (según le apeteciera) y yo tengo varios ordenadores.
No tenemos más aparatos, tenemos aparatos diferentes.
La tecnología es para ayudar, no para estorbar
La próxima vez que veáis o leáis ciencia ficción haced un ejercicio: cada vez que salga un aparato preguntaos para qué sirve y si su uso ahorra una tarea incómoda.
Me viene a la mente, por ejemplo, la cama de la casa del protagonista de «El quinto elemento». Cada vez que se levanta de la cama, esta se va por un agujero y aparece una nueva con las sábanas limpias y precintada con plástico. Pensemos en toda la instalación que algo así requiere; porque no es una máquina que ocupe el espacio habitual de una cama. Como mínimo necesita ocupar lo que ocupan dos camas: la limpia y la que se está limpiando. Además, necesita todo el espacio para limpiar las sábanas, secarlas, vestir la cama y precintarla. Y toda esa maquinaria tiene una única función: hacerte la cama.
¿Cuánto podría costar una máquina así? ¿Qué gastos implicaría? Y, sobre todo, ¿tiene sentido hacer una máquina tan específica para cubrir una función tan específica?
Si algo podemos ver a nuestro alrededor es que la tecnología busca simplificar procesos y, sobre todo, aglutinarlos. Ahora nuestros teléfonos móviles no śolo sirven para llamar y nuestras redes de telecomunicaciones no sirven sólo para mandar audio. Nuestros coches ya no sólo sirven para ir de un lugar a otro; integran el GPS, la radio y un sin fin más de funcionalidades.
El truco del almendruco
Sé que no soy una autoridad en esto de escribir ciencia ficción. Bueno, más bien, en general en esto de escribir. Pero soy un gran fan de la ciencia ficción y es muy posible que este género sea el responsable de que decidiera que mi futuro era la ingeniería; y esto me ha dado una cierta visión sobre cómo me gustaría escribir la tecnología que sale en mis libros. Así que os traigo mi «truco».
Siempre que me planteo un relato o novela de ciencia ficción, lo primero en lo que pienso es en cuándo estará ambientado y cuál será el nivel tecnológico. A continuación, pienso en por qué en esta época se está en ese nivel tecnológico. Eso es importante, porque si no, no puedo pensar en cómo se integra la tecnología en la vida de las personas.
Una vez tengo eso, pienso en la trama y me hago una lista de todos los aparatos que tendrán o podrían tener importancia y que, por tanto, tendré que tener bien pensados para poder describirlos con coherencia. Con la lista hecha, reviso uno a uno cada dispositivo: ¿quién lo ha fabricado? ¿quién lo puede adquirir? ¿para qué sirve? ¿por qué alguien querría tenerlo? ¿qué más cosas hace? ¿cuál es su fuente de energía? ¿qué coste tiene? ¿por qué tiene ese coste? ¿qué sabe la gente común de ese dispositivo?… y muchas, muchas preguntas más. Generalmente esto me lleva a unificar dispositivos, separar otros, crear nuevos dispositivos y, sobre todo, racionalizar su existencia.
En la novela corta que estoy subiendo a este mismo blog (Contingentes) hay un dispositivo que sale constantemente y que tampoco tengo interés en explicar detenidamente dentro de la obra. El dispositivo es el «comunicador cortical» y, como imaginaréis, no tengo interés en explicar detenidamente dentro de la obra cómo funciona porque prefiero que se vaya viendo a medida que se le da uso. Pero sí os lo voy a explicar aquí.
El comunicador cortical es un dispositivo que se introduce en todos los ciudadanos de los Cien Mundos cuando son adolescentes y sustituye la segunda vértebra. Está conectado a la médula espinal y, además de ser un coprocesador que se integra a la consciencia, permitiendo que si su portador muere se pueda injertar en otro cuerpo y éste pueda continuar con su vida, supone el principal sistema de comunicaciones. Hace las funciones de teléfono móvil, ordenador portátil, sistema de almacenamiento digital y muchas más funciones que irán apareciendo.
Además, como está conectado al cerebro de su usuario, puede bloquear señales de cualquiera de los sentidos generar señales artificiales, permitiendo integrar interfaces de realidad aumentada e, incluso, que su usuario pueda disfrutar de entornos cien por cien virtuales sin necesidad de dispositivos adicionales.
Y seguramente os preguntaréis, ¿por qué le has dado tantas vueltas a algo que puedes resumir en «un teléfono móvil del futuro»? Pues porque, como entiendo el funcionamiento de este dispositivo he podido decidir que Yuki (la clienta) le tienda a Sonia (la prota) documentación digital que sólo ellas dos pueden ver pero que puede manipular como si de papeles reales se trataran. Porque cuando visiten las oficinas de la empresa de transportes que están investigando tendré que decidir cómo es el espacio de trabajo en un mundo en el que este dispositivo permite que los aparatos sean software cortical con sus interfaces visibles gracias a la realidad aumentada del dispositivo cortical.
En conclusión
Lo bonito de la ciencia ficción es que podemos hacer lo que queramos. En principio todo vale. Pero, sin duda, si algo lo diferencia de la fantasía es, precisamente, que a todo efecto le precede su causa. No te vuelvas loco pensando en toda la cronología que ha llevado a la humanidad hasta ese punto, no es necesario; pero intenta que la tecnología parezca que la han hecho personas que conviven con ella.