El texto ofrecido en este post es un extracto de una novelette que estoy escribiendo. Eso significa que le faltan muchas correcciones que no podré llevar a cabo hasta terminar de escribirla entera. Ten esto en cuenta cuando vayas a comentar.
Llegó al puerto cuando el reloj marcaba la hora de almorzar. Las lámparas que mantenían las calles iluminadas cegaban a Sonia como si fueran rayos de sol. Le habría gustado llegar antes, pero cuando salía a beber con Kin no tenía forma saber cuándo volvería a casa.
Las tareas que había planificado para ese día eran de lo más rutinarias. Principalmente iba a echar un vistazo a la empresa en cuestión y, de paso, a escuchar cualquier rumor que circulara por la zona.
El puerto de TeraGen era antiguo. Una reliquia de la época en la que la humanidad empezó a colonizar Venus. En sus dársenas podían encontrarse naves de todos los tamaños y colores, desde los últimos modelos hasta grandes cafeteras cuya integridad protegía un largo historial de reparaciones.
Los edificios y construcciones utilitarias se agolpaban las unas contra las otras a lo largo de todo el muelle, dando la sensación de que el puerto era un único gran bloque; a diferencia del resto de la ciudad, que fue creciendo a medida que se le iban acoplando nuevos módulos, naves, sistemas de flotación y generadores de energía.
No tuvo que indagar mucho para saber cuál era el bar habitual de los estibadores, la principal mano de obra de la zona.
Gracias a los precios populares de sus productos de dudosa calidad y procedencia, el “Prazaky-Xue: comida y cerveza” era un local muy popular entre los trabajadores de la zona. Por una ridícula cantidad de dinero, los hambrientos estibadores podían comer y beber hasta saciar su apetito. Tal vez la cerveza no tuviera ninguna relación con la bebida cuyo nombre compartía y era posible que el estofado de la casa contuviera más carne procedente del hospital más cercano que de la carnicería; pero eso no importaba a quienes veían en este lugar la posibilidad de alimentarse diariamente.
Como imaginaba, debido a la hora, el local no estaba tan lleno como cabría esperar dada su popularidad. Al fin y al cabo, durante la jornada laboral era raro encontrar a trabajadores en los bares. Ninguna corporación que se jactara de sus beneficios permitiría que sus trabajadores tuvieran más tiempo libre del que marcaba la ley.
Se sentó cerca de cuatro ancianos que charlaban despreocupadamente mientras jugaban a algún juego autóctono que ella no conocía.
—¿Qué va a tomar? —le preguntó el camarero cuando se acercaba—. Además de lo habitual, estofado y cerveza, hoy el cocinero recomienda las croquetas de morcilla.
—¿Puede asegurarme el cocinero de que la sangre de esas morcillas no ha salido de ningún hospital? —preguntó Sonia con sorna.
—Podemos garantizarle que la morcilla es de la mejor calidad posible—, respondió con gesto despreocupado.
—Para evitar disgustos, me conformaré con un trago de ginebra con hielo.
Tras asentir, el camarero se fue a preparar la copa, la cual trajo junto a un terminal de pago.
—¡Y así, te mato el doble cinco que sé que tienes, Alfredo! —gritó uno de los ancianos mientras el resto reía a carcajadas.
—Pero serás cazurro, Hotaro —añadió otro—. Has contado mal. Sólo hay jugadas cuatro fichas con el cinco. Todavía queda una por usar además del doble cinco.
Más carcajadas llegaron de la mesa.
—Desde luego, estás tan empanao como la Bruguera, macho —añadió un tercero.
El anciano al que habían llamado Hotaro, le miró inquisitivamente:
—¿Que le pasa ahora a la remilgada esa? No me dirás que se ha pasado hoy por aquí a gritar a alguno de esos pobres diablos que trabajan para ella.
—Tú sabes que ella está metida en eso otro que se hace por aquí, ¿no? —preguntó, a lo que Hotaro asintió—. Pues el caso es que entre que los coreanos le están pisando lo fregao y que últimamente hay mucho forastero hay rumores que dicen que le están dejando fuera del negocio.
—¡Qué me dices! —exclamó Alfredo—. Pero si hasta hace nada, casi todo lo que entraba en la ciudad era suyo. No me digas que los coreanos se han puesto las pilas.
—Yo qué sé, sólo os digo lo que me han contado —respondió. Llamando la atención del cuarto anciano, añadió—: despierta, Basilio, que te toca y nos tienes esperando.
Sonia dio un sorbo a su ginebra, aunque eso no era lo que había en el vaso ni aunque la definición de la ginebra abarcara un concepto más generoso del habitual.
Mientras seguía atenta a la conversación de los ancianos, abrió un navegador en su dispositivo cortical y empezó a buscar noticias recientes sobre contrabando y traficantes coreanos en la ciudad.
No tardó mucho en encontrar noticias sobre tiroteos entre bandas, redadas policiales y pequeños cargamentos de armas decomisados. Pero no encontró nada que relacionara a una empresa como Ren-Sha Aerospace o al puerto con dichas actividades. Aun así, sí que se podía palpar cierto ambente hostil, como si el equilibrio de poderes entre las bandas estuviera cambiando.
—De todas formas, Jonas—, continuó Hotaro.— No deberías ir por ahí diciendo esas cosas, y menos así de alto. Nadie sabe quién puede estar escuchando.
Los tres ancianos lanzaron una mirada, pensando que lo hacían discretamente, hacia Sonia.
—Pero, ¡Basilio! ¡Que te despiertes! —gritó Alfredo.
El cuarto anciano se despertó con un enorme sobre salto.
—¿Qué pasa? ¿A quién le toca?
—Pues a tí, ¿a quién va a ser?
—Porque este juego es para cuatro, que si no… —añadió Jonas.
Sonia sonrió mientras, fingiendo que bebía, se tapaba la boca con el vaso. Esos ancianos parecían saber mucho sobre la actividad del puerto y, especialmente, la de sus dos investigadas. Evaluó si sería conveniente acercarse a ellos y preguntarles abiertamente, pero suponía que no le dirían mucho más.
Abrió la documentación sobre el caso y creó un nuevo documento de anotaciones, donde escribió todo lo que había oído a los ancianos. Además, aprovechando que hacía poco había actualizado su dispositivo cortical para que grabara todo lo que veía y oía, extrajo del almacenamiento temporal el clip que tenía de los ancianos hablando sobre el tema y lo adjuntó a las anotaciones.
Se terminó la bebida y salió a la calle. Si los ancianos sabían tanto y charlaban con tanta despreocupación sobre ello, es que era una información más o menos de dominio público en el puerto. Así que era hora de visitar al sindicato de estibadores. A ver si reconocían que sabían algo más.