El texto ofrecido en este post es un extracto de una novelette que estoy escribiendo. Eso significa que le faltan muchas correcciones que no podré llevar a cabo hasta terminar de escribirla entera. Ten esto en cuenta cuando vayas a comentar.
Decidió volver a casa caminando, le resultaba relajante pasear entre los zumbidos de los módulos acoplados que formaban las calles y pasarelas vacías.
No era algo que pudiera hacer cuando vivía en Europa. Aunque la corporación AquaFresh se había encargado de cubrir de acero el satélite para convertirlo en su depósito privado de agua para embotellar, la temperatura seguía siendo suficientemente baja como para considerar mejor idea moverse por las tuberías de desplazamiento antes que andando.
Además, esa noche no había niebla así que no tenía que ponerse la agobiante máscara de gas.
Mientras recorría las calles vacías de una zona residencial empezó a revisar la documentación que le había dado Yuki. El único elemento físico era el wallet con 5000 cryptos; el resto era documentación virtual que podía revisar mientras paseaba sin que miradas ajenas pudieran verla.
Abrió el perfil de la ejecutiva. Se llamaba Nuria Bruguera, era la directora del departamento de recepción de cargas. El perfil incluía una fotografía de la mujer, su identificador cortical, un listado de criptocarteras conocidas entre las que sumaba una pequeña fortuna y su dirección, un apartamento en uno de los complejos residenciales del centro de la ciudad.
El perfil de la jefa de seguridad era más escueto. Se llamaba Linda Avison y en el pasado había pertenecido a la guardia costera. En este caso, además de esta información, sólo se añadía una fotografía de la mujer y la dirección de su vivienda que se encontraba cerca de los muelles.
«¿Una directora de recepciones y una expolicía?», pensó. «Apostaría mi brazo a que están hasta el cuello en asuntos de contrabando». Miró a su alrededor, había llegado a su barrio, pero todavía era pronto para ir a casa. Buscó a un contacto de su agenda y le mandó un mensaje: «Kin, tengo curro. Imagino que estarás donde siempre. Voy para allá»
El salón recreativo Old Arcade estaba a unas pocas calles de distancia, así que no tardó mucho en llegar. Era un local pequeño, bastante concurrido, lleno de neones y máquinas recreativas que llenaban el sitio de ruido. Entre las cabinas VR y los arcades de estilo obsoleto podían encontrarse terminales anónimas con las que conectarse a la red cortical sin tener que identificarse. Al fondo del salón, una barra ofrecía a los habituales un lugar de descanso entre partidas donde refrescarse tomando un trago.
Sonia se acercó a una persona que, aunque estaba sentada en la barra con una bebida delante suyo, no parecía estar desconectada de una máquina. Era una persona de rasgos imprecisos. Unos exagerados implantes sustituían sus ojos dando la sensación de llevar puestas unas gafas de realidad virtual. Su pelo blanco no desentonaba con la extrema claridad de su piel.
Giró con desgana la cabeza, mirando a Sonia, y dijo:
—¡Sonia! ¡Amiga! Pensaba que tardarías más.
—Buenas noches, Kin —saludó Sonia—. ¿ya has pagado lo que estás tomando o puedo invitarte?
—¿De verdad me preguntas si he pagado algo? —le preguntó mientras mostraba a Sonia un pequeño dispositivo que tenía acoplado a su muñeca—. Crédito ilimitado. Mientras no me pillen, claro.
Ambos rieron disimuladamente y Kin continuó hablando:
—¿Y cuál es ese trabajillo? No es habitual en tí venir a verme tan tarde—. Se calló un momento frunciendo la boca y añadió—: en realidad sí que es habitual en ti. En fin, que me tienes con la mosca.
—Resumen rápido —respondió Sonia—, tengo a una ejecutiva que teme por su vida. Es muy probable que se involucrara en lo que tiene pinta que es un negocio de contrabando. Necesito alguien que sepa entrar en sitios, desactivar alarmas, etc… El pack completo, vamos. ¿Estás interesade?
Kin permaneció en silencio un rato. Con esos implantes era imposible saber en qué pensaba. Aun así, Sonia estaba convencida de que aceptaría. Ya habían trabajado juntes anteriormente. Incluso, podría decirse que habían establecido una peculiar amistad. La única que tenía, de hecho.
—¿Cuanto dices que vas a pagarme? —dijo Kin.
—¿Pero no has dicho hace nada que tienes crédito ilimitado? —se burló—. ¿Te parece bien 7000 cryptos?
Kin sonrió.
—Sólo si tú pagas el material que necesitemos.
Sonia asintió con la cabeza y añadió:
—Tampoco te pases pidiendo juguetitos. Que para algo tienes esas cosas —señalando los implantes de los ojos.
—Buff, calla, que esto me recuerda que no te he contado una cosa.
Sonia le miró intrigada.
—¿Recuerdas a H4x0R? —continuó Kin—. El chaval este que me metía fichas mientras le vaciaba los wallets. —Sonia asintió—. Pues resulta que llevaba un tiempo poniéndose mejoras. Que si un poco más de memoria, que si más velocidad de cálculo, orejas nuevas,… En fin, de todo. —Hizo una pausa para beber. Mientras terminaba de tragar siguió hablando— pues me han contado que ha degenerado.
—¿Degenerado?
—Sí. No me digas que no sabes lo que es.
Sonia negó con la cabeza:
—Al menos no por ese nombre.
—Pues, a ver cómo te lo explico—. Tras pensarlo un poco, añadió—: ¿sabes que, cuando te pones un implante, a veces requiere que tu cerebro se acostumbre a él?
Sonia asintió.
—Pues a veces pasa —continuó Kin—, que para acostumbrarse el cerebro cambia un poco en la dirección equivocada. Y cuando eso pasa demasiadas veces, la persona queda tan tarada que decimos que ha degenerado.
—¡Ah! —respondió Sonia—, así es como llamáis aquí al declive.
—¿Al qué?
—En Europa, a eso lo llamamos declive. Recuerdo que un tipo con el que hacía negocios sufrió un declive muy complicado. Se puso muy paranoico y vivía convencido de que los demás le escuchábamos los pensamientos. Se acabó pegando un tiro.
—Pues H4x0R no está tan mal, la verdad. Por el momento habla sólo.