El texto ofrecido en este post es un extracto de una novelette que estoy escribiendo. Eso significa que le faltan muchas correcciones que no podré llevar a cabo hasta terminar de escribirla entera. Ten esto en cuenta cuando vayas a comentar.
La capataz en cuestión no tardó mucho en bajar. Era una mujer madura, de piel seca y profundas cicatrices fruto de trabajar en el puerto cargando y descargando, enfundada en un aparentemente cómodo mono de trabajo.
Al verla, Sonia se levantó y le tendió la mano:
—Muy buenos días. Soy Teresa Velázquez —mintió—, supongo que le habrán informado de la auditoría de calidad.
—Valeria García. Es la primera noticia que tengo —le respondió mientras le estrechaba la mano—. Y le garantizo que hoy no es un buen día, aún estamos evaluando el alcance de las pérdidas.
—No le voy a robar mucho tiempo. En realidad son sólo unas pocas preguntas. Bueno, claro, y si no es mucha molestia me gustaría el listado de trabajadores que suelen asignar a nuestras naves.
Valeria torció el morro.
—Cada trimestre enviamos la relación de trabajadores planificada para el trimestre entrante y las variaciones realizadas en la planificación del trimestre saliente. ¿Por qué no le pide esas listas a su equipo de recursos humanos?
—Como ya le he explicado, esta es una auditoría de calidad. Y uno de los aspectos que más nos preocupa es la paridad de la información —. Ante el gesto de extrañeza de la capataz añadió —: Nos interesa garantizar que tanto ustedes como la empresa manejan los mismos datos.
La capataz miró a través de la pared de cristal que separaba la sala del vestíbulo.
—En cualquier caso, mire la que tenemos liada. No es una información que pueda darle hoy. Ni tal vez en lo que queda de semana.
—Sí, me hago cargo. No es urgente. En la tarjeta tiene el identificador cortical al que puede enviar la lista cuando la tenga. —Fingió anotar algo en un documento virtual—. Por lo demás, tengo algunas preguntas relacionadas con la seguridad en el trabajo.
—Usted dirá.
—Supongo que cumplen con todas las medidas de seguridad que marca la legalidad, puesto que fueron los sindicatos quienes las exigieron. Eso no me preocupa. Pero, ¿qué me puede decir de los peligros externos?
—¿Peligros externos? ¿A qué ser refiere?
—Bueno, incluso obviando el elefante en la habitación —dijo señalando a su alrededor—, tengo entendido que en el puerto se dan… ciertas actividades ilícitas, posiblemente organizadas. No soy de la ciudad, así que no tengo muy claro qué rumores son ciertos y qué rumores no. Pero, en cualquier caso, necesito saber si afectan a las actividades de la empresa de alguna manera.
Teresa la miró con ojos inquisitivos. Tras pensar un rato más largo del esperado, respondió:
—Supongo que conozco a qué rumores se refiere. Es cierto que, al ser el puerto el sitio por el que entra la mayoría de la mercancía a la ciudad, se dan ciertas actividades… como ha dicho usted, ilícitas. Existen varios grupos en la ciudad interesados en controlar esas actividades y tenemos la sospecha de que la explosión de ese carguero está relacionada con sus actividades. Pero, en cualquier caso, a los estibadores nos dejan en paz. Nuestro trabajo es sacar contenedores de naves de carga y meterlos en almacenes y sacarlos de los almacenes y cargarlos en naves. Si luego resulta que dentro de uno de esos contenedores no hay lo que el contenedor dice que hay y, en vez de eso, hay otra cosa, no es asunto nuestro.
—¿Y no les han amenazado nunca para garantizar que no miran dentro de los contenedores? O sobornado, claro.
—Como sabrá, los contenedores sólo se pueden abrir haciendo uso de las claves privadas que les generan las empresas y que, obviamente, no comparten con nosotros. No tiene sentido amenazarnos para que no miremos porque no es posible que podamos mirar.
Sonia continuó media hora más haciendo preguntas técnicas sobre la carga y descarga de contenedores, dónde se almacenan y los diferentes protocolos de actuación. Al despedirse, sus notas habían engordado bastante más de lo que esperaba.
Mientras volvía a casa, redactó un informe para enviar a Yuki en el que explicaba que había fuertes rumores de que varias bandas se peleaban por mantener el dominio en el puerto, posiblemente para controlar el contrabando. También añadió que todo apuntaba a que Nuria Bruguera era quien dirigía las operaciones de uno de esos grupos y que suponía que usaban los cargueros de RenSha para meter la mercancía en la ciudad.
Enviar el informe le hizo sentirse más ligera. Siempre le pasaba lo mismo. Si no informaba a su pagador regularmente, bien fuera porque no podía contactar con él o porque no tenía nada de lo que informar, se sentía pesada. Como si no estuviera haciendo bien su trabajo. Y eso que sabía de sobra que no siempre se obtienen resultados rápidos.
Como siempre que volvía a casa, lo primero que hizo fue comprobar el buzón. En esta ocasión, y como le había avisado Kin, tenía un paquete esperándole. Un pequeño paquete rectangular envuelto en un colorido papel de regalo y con una cinta roja decorándolo. Colgando del paquete por un pequeño cordel había una nota manuscrita:
«¡Hola, preciosa! Aquí tienes el aparatito del que te hablé. Ya me contarás cuando lo uses.».
Por un momento, se quedó mirando el paquete sin saber qué hacer. Luego suspiró, entró en casa, se quitó la chaqueta y se sentó a la mesa para abrirlo. Cuando vio el aparato, torció el morro. Era pequeño, de eso no cabía duda, pero no creía que fuera a pasar desapercibido. En su casa desde luego que no. Sin embargo, ese aparato no era para su casa, sino para la de Avison, así que ya improvisaría algo.
Buscó en su agenda el identificador de Kin e inició una llamada. Tras un par de tonos, el rostro extremadamente pálido de Kin la saludó.
—¡Madre mía! ¡Menuda monada de señorita que me llama!
Sonia puso los ojos en blanco.
—Ya tengo tu aparatito de marras —dijo mostrando a la llamada el paquete—. ¿Por casualidad no habrás investigado la agenda de esta tipa? Me vendría bien saber cuándo estará fuera de casa y esas cosas. Ya sabes, para no encontrármela cuando vaya para allá.